Alguna vez perdí una amistad porque yo la cagué…
perdí otra porque él la cagó. 
También pasó que la amistad se enfrió...
o que la distancia nos separó. 
Además, ¡una terminó porque me bloquearon de la nada!
Y sí, también pasó que simplemente me harté.  

Los amigos van y vienen: 
Están los incondicionales de toda la vida; 
así como los que conociste hace tres días y ya los amas. 
Están los que tuvieron solo un momento;
así como también los que son para siempre.  
Están los que te vieron llorar, reír, patalear... 
Los que estuvieron en las buenas, pero se fueron en las malas. 
Están los que te bancan siempre... los que te agarran de la mano y no te sueltan.

No me da la gana de tener amistades por compromiso, 
ni me da la gana de estar aguantando a alguien que ahora me parece insufrible. 
No me da la gana de seguir con una amistad “porque debería seguir”, 
ni me da la gana de tratar de retomar contacto con alguien que claramente no está interesado. 
No me da la gana de tener amistades que restan, que sobran, que celan, que envidian, que joden, que te quitan energía... 
ni me da la gana de tener amistades que no te dejan ser y te roban eso que tanto deberíamos proteger: nuestra libertad. 

Las amistades se terminan; muchas quedan en el corazón y otras preferimos olvidarlas. Es normal, pero sobre todo... ¡sano!