ESTOY ATERRADA_
11 abr 2024
Sí, aterrada.
Pocas cosas me dan miedo en la vida; esta es una de ellas. Y no, “esta” no lleva tilde. Los pronombres demostrativos ya no llevan. La RAE me marea. A “solo” también se la quitaron. Hijos de puta.
Sigo aterrada.
No me he olvidado de lo que estoy por empezar a hacer. La pregunta es: ¿quién me manda? ¿Quién me lo pide? Nadie. Absolutamente nadie. ¿Quién decidió estudiar una maestría en el 2018 para poder enseñar luego? ¿Quién dijo que quería volver a toda costa a su tan amada universidad? ¿Quién dijo que iba a enseñar de la manera en la que a ella le hubiese gustado aprender? Me sigo acordando del bodrio de profesores que pasaron por caja (no se vayan para el otro lado, hablo de la enseñanza). No, nunca me metí con ningún profesor. Ni me movieron la pestaña. La pregunta es: ¿qué hubiese pasado si sí?
DEJA DE DESVIAR EL TEMA.
Es que sigo aterrada.
¿No les pasa que sienten miedo y evaden? Así como las empresas millonarias lo hacen con los impuestos. Evadir. Evadimos. Yo evado, tú evades. Acabo de ir a Google en este momento para sacar la definición exacta: Evitar con habilidad y astucia una dificultad, un compromiso o un peligro. No sé si llamar “dificultad” lo que estoy por hacer. Mucho menos, “peligro”. Pero sí, se podría decir que estoy evadiendo un “compromiso”. Uno que, espero, sea a largo plazo. Hablando de compromiso... ¿me casaré?
Basta, Marisol.
Ok. Voy a detenerme. No suelo hacerlo. No me gusta parar; soy impulsiva, rápida, desordenada y lisa. Solo paro cuando veo el mar. Paro para dar un beso; mientras más lento, más rico. Paro para jugar con un niño. Paro antes de colocarme la nariz de payasa. Paro cuando estoy muy triste. Paro cuando mis papás discuten. Paro ahorita, que no sé qué voy a empezar a hacer. Paro.
Solo paro.
En un trance bastante amigable (suelen ser angustiantes, en mi caso), entiendo que no puedo tener el control de todo. Entiendo que estoy por enfrentarme a 26 criaturas a través de una pantalla para ser parte de su carrera profesional de alguna manera. Son 26 los que esperan algo de mí en los siguientes meses. Y no, no puedo fallar. Pero, ¿cómo hago para no fallar si no lo he hecho antes? La práctica hace al maestro, ¿no dicen?
La pregunta es: ¿en serio no puedo fallar? Estoy por dictar quizás uno de los cursos más personales de toda la carrera. Donde el autoconocimiento primará y el poder de nuestra esencia será la base de todo. Mostrarse como uno es será primordial y aceptar tanto las fortalezas como debilidades, necesario. Entonces, ¿si fallo? ¿Lo oculto? ¿O lo evidencio?
Lo evidencio. Siempre lo evidencio.
Nuestros fracasos nos llenan de luz. Nos acercan al que nos está mirando. No ha sido fácil desarmarme, pero el Clown me ha ayudado como no tienen idea. Y eso quiero transmitirlo. Que lo importante es aceptarse. Quererse. Valorarse. Y sí, también fallar. Fallar nos rompe para que luego nos volvamos a armar.
¿Cómo les hablo? ¿Como una amiga? No puedo hacerlo como una madre. No quiero que esto sea vertical. De algunos estaré alejada por muy pocos años. ¿Y si me siguen en Instagram? Ya saben cómo soy. ¿Tengo que fingir, ahora? No hay forma. Yo digo un huevo de lisuras. ¿Y si se espantan? Pero son chibolos, seguro les gusta. Pero habrá algunos más ñoños que otros. ¿Entonces?
¿Y qué va a pasar cuando hagan un pésimo trabajo? ¿Se les putea? ¿Se les putea con amor? ¿Y si pasa todo lo contrario? ¿Pondré algún 20? Nunca me pusieron un 20. Y eso que era décimo superior. Creo que el ego golpea a los profesores y no aceptan que un trabajo está realmente bien hecho. Siempre puede estar mejor, claro, pero hay que aplaudir el esfuerzo, ¿no? Sí, voy a poner un buen 20 si alguno lo merece.
¿Y si los aburro?
¿Y si no me entienden?
¿Y si les parezco una loca disforzada?
¿Y si no se ríen de mis chistes?
¿Y si soy muy exigente?
¿Y si no participan?
¿Y si les caigo mal?
¿Y SI ME CAEN MAL?
Qué pasa si no sirvo para esto. ¿Alguien me lo va a decir?
Vamos 26 clases.
26 clases en donde probablemente he aprendido más de ellos que ellos de mí. 26 clases en donde me he visto reflejada: con miedos, con vergüenzas, con ganas de vencerlas, con muchas preguntas y pocas respuestas.
He reído, he llorado, he felicitado y lo contrario. He valorado más que nunca esa etapa que no se llega a disfrutar del todo porque se llena de estrés innecesario. Si supieran que el estrés está al otro lado de la puerta principal (o en su defecto, al otro lado del Zoom). He apreciado cada trabajo con dedicación, cada ejercicio bien hecho y cada cosa que no salió. Cada vez que alguien levantaba la mano, cada duda existencial y cuando el internet falló. Sí, claro, pensé. La vieja confiable.
Han arriesgado. Han salido de la zona de confort que los tenía tan atrapados. Aquella que, espero, no los asfixie en un futuro. Han hecho cosas que los incomodaron – y esa incomodidad es tan necesaria como el antónimo. Han estado presentes, vivos. Han desaparecido, también... para después volverse a conectar. Han trabajado, han fracasado, han tratado y, sobre todo, han hecho que mi primera experiencia sea un placer. Me llevo lo mejor de cada uno, ellos saben qué es.
¡ESTOY ATERRADA!
En 5 minutos empieza mi clase. No sé cómo saludarlos. ¿Hola? ¿Hola, alumnos? Quedan 3 minutos. Mierda. La sesión expiró. Me sudan las manos. No me acuerdo mi clave. Abro WhatsApp y voy a ‘Carlos Universidad’. Carlitoooooooossssss. Ayuda. Falta 1 minuto para mi clase.
Respiro.
Abro cámara.
Prendo micro.
¡Hola, chicos!
Soy Marisol Benavides.
Estarán notando mis nervios... espero se me pasen pronto.
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Y sí.
Pasaron.
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