SIN ANESTESIA_

11 abr 2024

Me acuerdo de la primera –y única– vez que entré a una sala de operaciones en mi vida. Tenía mucho frío y el triple de miedo. Si de por sí, la idea de operarte hace que te tiemble todo; el ambiente, una vez que llegas, definitivamente no ayuda. La camilla comenzó a desplazarse y el techo gris adornado -con esos fluorescentes chillones que tanto detesto- fueron mi único referente. 

Me estacionaron en quién sabe qué número de sala y apenas entré, me dijeron: “Te vamos a anestesiar. Cuando te levantes, la operación habrá terminado”. Sentí que le estaba vendiendo mi cuerpo al diablo (y mi alma también). Joder, confianza en el otro nivel Dios. Pueden quitarte un riñón y venderlo en Malasia, ¿no?

La anestesia hizo que, poco a poco, me fuera a otra dimensión. Se me debilitó el cuerpo y los colores se nublaron. Comencé a ver todo borroso y la conversación entre las enfermeras se fue alejando. Todo daba tantas vueltas y sentí por un momento que estaba en un hermoso carrusel en Disney, o en su defecto, en al tagadá de alguna kermesse. 

La sensación hizo que me acuerde de la primera vez que probé marihuana y tuve la BRILLANTE idea de decirlo en voz alta. Luego, me comencé a reír a carcajadas -misma loca de Larco Herrera recién escapada-. Me acuerdo que usé la palabra “high” - ¿Me parió Bob Marley, acaso? Encima, mi doctor era recontra guapo. Si tenía pensado decirle que me presente a su hijo, estaba perdiendo una gran oportunidad. Qué vergüenza.

Esto no lo sabía nadie, hasta este preciso momento. Por supuesto que le echo la culpa a la anestesia: es traicionera y mala. Viene, te salva del dolor por un momento y luego te apuñala por la espalda. Ok, nunca tanto, pero este dramita sirve para llegar a mi punto (que sepan que soy bien dramática y lo disfruto enormemente).

Sin anestesia, no resistiríamos una operación. Se la doy.
La anestesia nos calma al punto de sedarnos. Eso también es verdad.
Nos salva de un dolor gigante e insufrible, pero también nos apaga, nos debilita y lo más importante (o preocupante): nos quita energía. Ya...
La anestesia nos aleja de lo que somos en realidad. Boom. 

Fuera de las salas de operaciones, las idas al dentista y cualquier otro lugar que la tenga como requisito, la anestesia, para mí, sigue estando. Cuando nos ocultan las cosas, cuando nos mienten. Cuando no nos encaran, cuando nos desvían el tema. Cuando maquillan una verdad o la suavizan. Cuando nos agarran de pelotudos y nos subestiman. Cuando no confían en nosotros, cuando nos dejan de lado. Cuando no son directos y los pelos en la lengua sobran. Cuando no se animan y ni siquiera lo intentan. Las cuotas de anestesia están y siempre logran su cometido: quitarnos energía.

Si no me van a abrir una parte del cuerpo en dos, no la quiero.

Sin anestesia, la vida quizás sea más dura, pero siempre será más realista, más frontal, más honesta y más real. Eso quiero. ¿Eso queremos?

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Copyright © 2024 Marisol Benavides

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